Todos los inmigrantes amaban sus canciones, su música. Se cantaban canciones populares inglesas, se bailaban danzas españolas, se tocaba música popular y de ballet francesa, se marchaba al son de bandas militares con tonos prusianos y franceses. En las iglesias se escuchaban los himnos metodistas y en todos los sonidos se mezclaban los shouts –gritos cantados de los negros- sus bailes y sus ritmos.
Hasta aquí, las influencias culturales, étnicas, musicales en definitiva. Pero hubo algo más sin lo cual, no se hubiera producido esta explosión musical: la tolerancia.
La ciudad de Nueva Orleáns, que con sólo 200.000 habitantes contaba con 30 orquestas, fijó en 1817 un lugar oficial para las danzas de los esclavos, mientras que en otros lugares se rechazó cualquier aportación musical que viniera de los esclavos. Además, contaba con una rica aportación musical y de diversión europea que se dio cita en un barrio llamado Storyville, el barrio de las diversiones con locales de todo tipo sin prejuicios y sin diferenciaciones de rango ni raciales.
Esta tolerancia, permitió que las músicas africanas, las work songs de las plantaciones, los cantos espirituales que hacían sonar durante las ceremonias religiosas, los blues y un largo etcétera de estilos fueran mezclándose con el resto de corrientes europeas y amasando lo que más tarde daría lugar al estilo musical heterodoxo, camaleónico y maravilloso, llamado: JAZZ.
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