En España la música en general atraviesa por problemas importantes. No es de ahora, es algo estructural. No es precisamente algo que se fomente seriamente desde la escuela y tampoco en etapas posteriores en la etapa educativa. No digamos en las televisiones. Si se emite algo normalmente es a última hora del día o mejor aún, en la madrugada. Este desastre educacional y promocional de la música se acentúa si hablamos de jazz. Basta con echar un vistazo a la programación televisiva para ver que los espacios dedicados al jazz son prácticamente inexistentes.
Pero qué decir de la radio. Tampoco se puede decir que abunden los programas de jazz, más bien son escasísimos. Algunos de ellos sólo programan intérpretes de los años 40 y 50, con fuerte acento en el be bop olvidándose de otras etapas y de otros estilos. No digamos ya de músicos de los años 80, 90 o más recientes. No existen para esos programadores. Tampoco existe el jazz vocal.
En la misma línea están las salas que presuntamente programan jazz. Salvo excepciones, muchas de ellas han abandonado ese estilo musical.
Aunque en menor escala, algo parecido sucede con los festivales de jazz. No se entiende que pintan determinados músicos en estos festivales. Algunos argumentan que así se acerca el jazz al público. Lo que se consigue es que se desvirtúe lo que es jazz y la gente vaya a los conciertos que les gusten, que si son esas actuaciones advenedizas, no por ello irá al resto que sí son de jazz.
Vamos, que el panorama es bastante desolador y en manos de personajes que se miran demasiado el ombligo sin importarles realmente que el jazz llegue a más gente; más bien parece que deseen mantener un círculo cerrado en el que sean ellos los que destaquen ante el resto de los aficionados, de los pocos aficionados.
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