Cuando el piano se sitúa en un escenario, su protagonismo está garantizado. Su sola presencia ya es todo un espectáculo. Tanto si es como solista, en cuyo caso es el dueño de la escena, como si es en dúo o en trío, en cuyo caso ese protagonismo queda algo matizado, al menos en apariencia, pues el piano marca el camino a seguir a sus acompañantes.
Cuando forma parte de sextetos, octetos, nonetos o incluso si se integra en una big band,, evidentemente su posición se diluye entre el resto de componentes si bien, la mayoría de las veces, suele jugar un papel relevante.
En cualquier caso, un buen pianista solista debe ser un buen acompañante, aunque a algunos no les gustara este papel (Ar Tatum). Por el contrario y aunque no es demasiado frecuente, los hay que han hecho dúo con otros pianistas, como Herbie Hancock-Chick Corea o Hank Jones –Tommy Flanagan entre otros. En general, los pianistas de jazz son grandes solistas y se adaptan perfectamente a otras formaciones.
Como he comentado, en los inicios del jazz, la formación del pianista era más completa que la del resto de músicos, lo que propició que fueran grandes compositores y arreglistas.
Quizás el origen de la improvisación en el jazz esté en los pianistas. Las largas sesiones de hasta 12 horas que soportaban aquellos en los salones y burdeles, agotaba su repertorio, por lo que se veían obligados a alargar sus interpretaciones a base de improvisaciones.
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